lunes, 10 de agosto de 2009

SI SE VIAJA...

Por Marcela Brito

"El viajar es un placer
que nos suele suceder"

Quienes hacen un viaje largo en condiciones adversas tienen las coyunturas duras.
Si se agarrotan los dedos de los pies, será difícil caminar. Si son los de las manos,
asir algo pequeño resulta una tarea imposible.
Inútil apelar a la ley de atracción: "¡Qué calor está haciendo, me voy a derretir!"
o "Me dejo envolver por una luz naranja, tibia, que poco a poco entra en mi cuerpo..."
o "Soy un faquir, hay brasas bajo mis pies. Soy un volcán en erupción!"
Yendo a la escuela, en el pescante del sulky, después de haber recorrido un buen
trecho, el cuerpo del caballo, siempre el mismo, comienza a emanar vahos de calor,
de sudoración y hasta es grato que revolee la cola y largue sus heces del interior
calentito a medio metro de quien se sentó ahí, en el piso del carro.
Los mejores guantes son los de cuerina o los de tela de avión, porque los de lana,
a no ser que tengan una trama muy cerrada, dejan pasar el frío.
Si se es caminante o se viaja a dedo, llevar calzado de repuesto y medias secas.
Si se emprende este tipo de viaje, hay que proponerse férreamente desoír
voces ancestrales del tenor de: "¿Para qué, si acá estás bien?", " ¡Qué ruido vas a hacer cuando caigas!", "¿¡Qué necesidad!?". Más bien recordar eso que dijo alguien:
"El barco está seguro en el puerto pero no fue construído para eso".
¡El mate! Si usted siempre se resistió a tomarse uno, dése otra oportunidad.
Debe haber una manera por donde entrarle a este brebaje. Amargo. Dulce. Con alguna hierba. Tereré.
Olvídese del prejuicio de que chupar del mismo canutillo puede transmitir alguna enfermedad y no imagine ninguna mezcla de saliba subiendo y bajando por la bombilla.
Siempre me pregunto, ¿Cómo viven en otras latitudes sin el mate?
Yo prefiero los mates chiquitos, esos que casi caben en la mano, como un pajarito tibio.
No hay aprisionarlo demasiado para no matarlo, ni tan suavemente para que no se vuele.
Imprescindible un termo con agua caliente, caliente. Hay termos colectivos en las estaciones
de servicio.
Si se viaja por lugares inhóspitos habrá que encender un fueguito y calentar el agua
en la pava o en un hervidorcito. ¡Recordar cómo mancha el tizne que queda en el alumino o la loza!
Como el del corcho que se quemaba, para hacernos bigotes o disfrazarnos en las fiestas patrias
de los negros que ya no estaban entre nosotros.


Ahora, si se trata de una troupe de cinco mujeres, por ejemplo, que van en un coche sin calefacción en un invierno crudo a las siete de la mañana para dar una obra de teatro en algún pueblo de la provincia,
basta con que una pregunte: "¿Alguien tiene una manta para las piernas o papel higiénico o un alfiler de gancho?" "¿Cremita china para los dolores?", para que la mayoría empiece a revolver entre sus cosas y todas tengan vituallas hasta para llegar al fin del mundo. Incluso a alguna se le caerá un destornillador y una pinza.
Si una viaja con la idea loca de encontrar el circo que vio en una foto, no hay que crearse demasiadas expectativas porque las fotos engañan: ¡La carpa que parecía gigante resultó una cosita de nada ..! Entonces ahí, sobre el pucho se puede montar una obra de teatro y empezar el propio viaje, sobre el césped, sobre un escenario. Remontar hacia las alturas de las propias fantasías.

"Viajar es lo más grande que hay!", como dice Kungatá.